Entrevistas

Entrevista: Laurence Leyendecker, Rectora del Liceo Jean Mermoz de Buenos Aires

Asumió oficialmente sus funciones como rectora del Liceo Franco Argentino del 3 de agosto de 2020. Es su primer cargo fuera de Francia. 

¿Cómo fue su llegada a la Argentina en medio de la pandemia?

Sin duda llegué en un momento muy particular. Viajé a bordo de uno de los vuelos especiales que desde el mes de julio se programan para casos como el mío: franceses residentes en la Argentina que quieren o necesitan volver, así como profesionales que vienen con un propósito concreto. No les voy a ocultar que fue complejo, pero por suerte pude llegar a tiempo.

Por la diferencia de hemisferios, llegó a mitad del año escolar. ¿Qué implicancias tiene?

Mi instalación coincidió con el regreso a clases en el segundo semestre del año, luego de las vacaciones de invierno. Pasar del hemisferio norte al sur siempre es algo particular, porque llegamos en medio del año lectivo, pero en este caso no fue un desafío tan grande como llegar en medio de la pandemia y tener que conocer y descubrir a todos mis interlocutores -profesores, delegados de clases, padres- de manera virtual. Al principio tenía muchas dudas sobre este procedimiento, que no es sencillo ni agradable. No es lo mismo llegar sobre la marcha y conocer las realidades de un establecimiento, para luego pasar al modo virtual, que tener que hacerlo de entrada.

Buenos Aires es su primer puesto en el exterior, pero no su primera experiencia como rectora…

Hasta mediados de este año fui rectora –proviseure en francés– de un gran establecimiento en Seine-Saint-Denis: el Lycée Le Corbusier, en Aubervilliers, un suburbio del norte de París. En tamaño es similar al Mermoz, con unos 1400 alumnos. Pero en ese caso eran solo de los tres últimos años del secundario.

Allí tuve mi primera experiencia con los confinamientos y trastornos que aportó la pandemia. Luego de varias semanas sin clases reabrimos pero no con normalidad, sobre todo para acompañar el regreso de pequeños grupos, principalmente alumnos que preparaban el bachillerato. No volvimos a recibir clases enteras. Sin embargo, hicimos todo lo posible para dar apoyo, orientación y preparación a los alumnos de Terminale (el último año de la escuela media) y a todos los estudiantes que lo necesitaran.

Esa es la gran diferencia que pude comprobar al instalarme en la Argentina: en Francia hubo en todo momento una voluntad muy fuerte de organizar la vuelta a clases. Y especialmente en ese establecimiento, que se levanta en una zona social y económicamente muy precaria, en la periferia norte de París. En la Argentina en cambio el regreso a las aulas parecía impensable, al menos hasta las recientes noticias que permiten pensar en la reanudación de algunos niveles.

Por otra parte, durante mi paso por ese liceo parisiense me tocaron varios acontecimientos además de la pandemia. La reforma del bachillerato impulsada por el Gobierno de Emmanuel Macron generó numerosas resistencias en el equipo docente y consumió muchas energías. Todo esto transcurrió además en un momento particular, la crisis de los “chalecos amarillos” y la reforma de las jubilaciones. El clima social fue muy complicado, especialmente en Seine-Saint-Denis, donde hay tradicionalmente un compromiso político muy fuerte. Pero no se notó demasiado entre las familias, en su gran mayoría originarias de la inmigración reciente. Trabajé intensamente con mis equipos para encontrar puntos positivos y márgenes de autonomía e interpretaciones que permitieran conciliar la reforma con las posturas de los docentes. Por suerte en tales textos siempre hay diferencias entre el espíritu y la letra, lo que nos permite encontrar intereses satisfactorios en común.

¿Cómo fue su trayectoria docente y directiva en establecimientos escolares?

Soy inicialmente profesora de Filosofía. Enseñé en las aulas de Terminale durante trece años hasta presentarme al concurso de personal de dirección, que me dio la posibilidad de ocupar cargos en varias regiones de Francia. Tuve mucha movilidad a lo largo de mi carrera.

Mi primera experiencia fue en el Colegio Gustave Flaubert, en el XIII arrondissement de París, un distrito considerado como el Barrio Chino de la ciudad. No es tan común recibir la conducción de un colegio cuando uno empieza una carrera directiva, y menos aún dentro de París, pero fue una “experiencia interesante”, como decimos en Francia. Se trataba de un colegio con una mala imagen, boicoteado por las familias, que preferían pedir excepciones para enviar a sus hijos a otros colegios de la misma zona. Se lo consideraba un establecimiento violento y con resultados inferiores a los demás. Por eso mismo fue una prueba de fuego y un desafío muy motivador: la reputación del establecimiento era exagerada y pudimos probarlo con un importante trabajo de fondo. Logramos revertir las tendencias, armar proyectos novedosos y utilizar como una ventaja lo que nos diferenciaba de nuestros vecinos. Fuimos el primer colegio público de Francia en proponer una formación de Coreano Lengua Viva II y estrechamos un jumelage con un colegio de Seúl.

Luego de varios años en el Flaubert, hice una suplencia de siete meses en una Cité Scolaire (así llamamos en Francia los establecimientos que suman un colegio y un liceo, algo no tan frecuente, sobre todo en el interior) del XVI arrondissement de París, cerca del Parque de los Príncipes, el famoso estadio de fútbol. A pesar del prestigio del distrito, considerado como el más rico de la ciudad, esta escuela era la de peores resultados. La directora anterior se había ido luego de solo tres meses y mi objetivo fue sobre todo conservar la cohesión de los profesores y de los padres para remontar un momento y una imagen difíciles, aunque admito que en tan poco tiempo fue imposible medir resultados concretos. Anteriormente fui administrativa en el rectorado de Niza y subdirectora en colegios, hasta finalmente llegar al Lycée Le Corbusier.

¿Qué expectativa y qué conocimiento tenía del Mermoz al momento de su llegada?

Por supuesto el contexto es muy distinto, pero no solo por el nivel socioeconómico de las familias, sino por la situación particular del país. Noté en seguida dos grandes temas de preocupación en la comunidad del liceo: la adaptación del último tramo lectivo del año a las realidades sanitarias, y las tarifas escolares en medio de un cuadro inflacionario muy elevado. Pero quiero resaltar que me encontré con padres muy atentos a la calidad de la propuesta escolar del liceo, algo que nos involucra aún más con nuestras propuestas y para tomar en cuenta sus opiniones. Soy una convencida del principio de la coeducación entre padres y docentes. Las familias son muy valiosas a la hora de reflejar la visión de lo que producimos: nuestras relaciones deben ser muy estrechas y los padres tienen un papel muy importante. No debemos permitir que la pandemia provoque cambios en este punto.

En lo inmediato, nos quedan por resolver dos problemas muy pesados: los aumentos continuos de los gastos y la calidad de la enseñanza a distancia. En cuanto este último problema nadie estaba preparado ni se imaginaba lo que resultó ser 2020. En Francia fue alucinante pasar tres meses sin clases. Ya habitualmente consideramos que los cortes por vacaciones largas son negativos en los procesos de aprendizaje… imagínense tanto tiempo. Así que tuvimos que hacer camino al andar.

En el Mermoz, desde el mes de agosto trabajamos con protocolos de regreso y pensamos en soluciones para que la enseñanza a distancia sea soportable para todos (docentes, alumnos y padres). Hay que modificar permanentemente enfoques, programas y tareas. Incluso si logramos recibir alumnos de ciertos niveles, la enseñanza a distancia seguirá siendo decisiva para la mayoría de los estudiantes.

¿Qué pasa con los alumnos que se preparan para el bachillerato este año en el Mermoz?

El ministerio de Educación convalidó que los alumnos sean evaluados según sus notas de los dos últimos trimestres y no pasarán el habitual examen. Lo bueno es que los consejos escolares nos confirmaron que los estudiantes conservaron sus niveles previos a la pandemia. Logran buenos resultados y no es por una supuesta benevolencia de nuestros equipos; los profesores comprobaron que no será un bachillerato “rifado”. Y esto es posible porque nuestros alumnos de Terminale tienen un alto grado de autonomía, aunque la situación es algo diferente para los chicos de la primaria, que necesitan mucho más la presencia y el seguimiento de los profesores y, en su defecto, de los padres. Por eso pusimos en marcha sistemas de grupos pequeños de cinco a siete niños, con cargas horarias reducidas pero más intensas.

¿Cómo se preparan para el año próximo?

Ya estamos considerando varias alternativas en función de lo que se podrá hacer y lo que no. Estamos encarando un programa híbrido en parte presencial y en parte a distancia. Porque, aunque se autorice el regreso a las aulas, no todos los alumnos ni todos los profesores querrán y podrán volver. También estamos pensando en un sistema de medias jornadas: todos vienen, pero el liceo funciona con un sistema de rotación. Sea una forma u otra, se definirá en función de consignas más precisas. Cuando llegue el momento nuestros equipos ya estarán preparados y con protocolos adaptados.

Para terminar, una pregunta más personal: ¿el Mermoz fue su elección o se trata de una casualidad de las titularizaciones?

Tuve mucha suerte, porque era el puesto que quería y para el que me había postulado en forma prioritaria. Lo comenté varias veces desde mi llegada: desde Francia, la Argentina y la ciudad conservan todavía un aura y un significado. Se ve a Buenos Aires como una capital dinámica, con mucha cultura y un estilo de vida agradable. Nunca había estado en el país ni en América Latina hasta el mes de agosto, pero estaba en mi lista de viajes… Lo que sí, tuve que aprender español. Es mi punto débil. Tenía un nivel muy bajo y empecé a tomar clases intensivas a partir del mes de febrero en París, con una profesora argentina.

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